Junto
palabras con las manos del piso.
Las busco y
no las encuentro.
Se me
revelan.
Les pido a
ellas que me ayuden, que sean buenas;
para
soltarlas con la gracia de un poema;
cuando se
me convulsiona la vida mía.
La veo
trepando como una hiedra amorosa,
y también mórbida
color carbón,
ayudando a
las lágrimas a que se abran paso,
a que suban,
se anuden ardiendo detrás de la garganta;
hasta que
brotes vos (mi) manantial, como hielo (mi) corazón derretido.
Hasta que
se haga escarcha.
Hasta que infinitas
lágrimas, se guarden,
para que no
se gasten;
por las
dudas.
Por si un
caso.
Ahí está en
la queja de mi oreja,
como hiedra
de amor o mórbida carbón/ de mis cenizas/
La poesía
se hace una en el latir de las manos con el pulso vida;
me inquieta,
me
despierta,
me molesta.
La liquido.
Me resucita
de los pies clavados sin pasos; desde lo profundo de abajo del fondo.
De mi propio
olvido de mi.
Me pasa la poesía.
Como la sorpresa,
como el
amor y el desamor.
Son las
palabras divinas y maltrechas,
hilachas
del cuerpo corazón, de lo que queda nace un poema
/grácil como la hiedra o
mórbida como el carbón/
La poesía de
la nada,
del desalojo
de la esperanza,
que mira
hacia arriba y nada,
que mira al
costado, y nada,
que mira
adentro, y nada,
que mira
abajo, y está el filo del piso.
Casi me
caigo.