Todos aquellos que dotados de buena voluntad, y al tener
además baja tolerancia al silencio, un día te largan: lo tuyo es psicológico.
- ¿Vos decís? ¿Qué significa que es psicológico?
- Bueno, que pensás mucho.
- Ah, ¿y cómo hago?
- Nada, no pensés
- Sí, pero ¿cómo hago?
- Pensá en otra cosa, olvidáte.
- ¿Y cómo hacés para olvidar?
Si fuera tan fácil: pienso que no pienso; luego olvido.
El problema de este razonamiento es que tengo que olvidar
todo, dado que es prácticamente imposible discriminar un pensamiento
conveniente de otro que no lo es.
Los pensamientos son ruidos internos incesantes, a veces
como cables pelados, como un engrudo que penetra en la masa encefálica, que por
momentos te aclara y por otros, habitualmente, te oscurece. Te retuercen el
cerebro.
El saber popular ha impuesto la idea de que si algo tiene
origen psicológico resulta más fácil de curar; que no pensás y asunto resuelto.
En realidad es más complicado, porque todo lo que pienses
puede ser usado, y hasta en tu propia contra.
En décadas anteriores se podía recurrir a una lobotomía,
pero es una técnica demasiado invasiva con efectos secundarios irreversibles.
Se me ocurre algo más ameno, como una cura de sueño. Durante el período de
reposo y anulación mental, alguien se
encarga de embarazarte. Puede ser tu marido, un tubo de ensayo, una jeringa –
versión inseminación, versión in vitro, versión ovo donación- a gusto y según billetera.
Mientras tanto no pensás y, patatín patatán, a los 9 meses
parís.
Todo fue posible porque anulaste el gran poder de tu
pensamiento. Ahí nomás me pregunto, si tanto poder tiene, ¿por qué no lo usamos
a nuestro favor? ¿Podemos ser tan retorcidos? Las cosas serían tan simples: un
deseo, un pensamiento, un resultado y así.
Pero no, tenemos la puta costumbre de que, aun queriendo
algo, lo enredamos.
De todos modos, comienzo el tratamiento psicológico
autodidacta cuyo objetivo es suavizar el serrucho del pensamiento y versa de
los pasos que a continuación se exponen:
Paso Uno: búsqueda de estrategias para no pensar
Paso Dos: implementación de estrategia elegida; por ejemplo
aprender a bailar salsa o tango que está
de moda; tomar clases de teatro o de inglés, que es de mayor utilidad.
Paso Tres: desconfío del éxito de esta estrategia, presiento
que ando de acá para allá como una loca, llena de nuevas actividades.
Paso Cuatro: decido radicalizar la estrategia: pensar lo
contrario. Es decir, si pienso que quiero y no quedo, ahora pienso al revés. Me
digo que sería un inconveniente tener un hijo. Que mejor espere.
Paso Cinco: tengo una caterva de pensamientos y contra
pensamientos; el contrapunto es tremendo, insostenible. Temo convertirme en una
esquizofrénica
Paso Seis: me doy el alta en el tratamiento.
Embarcada en esta tarea estéril de pensar en no pensar,
reparo en la conveniencia de una opción más
sistematizada: comenzar terapia. Pero cuando en las sesiones hable sobre
mi esterilidad, voy a pensar más todavía y entonces el tratamiento podría
resultar contraproducente y disparar el efecto rebote.
En realidad lo que me aconsejaron es que no piense nada de
nada, ocuparme de otras cosas: comprarme un perro o un loro. Un loro me gusta,
como habla mucho le ganaría a mi mente, que estaría todo el tiempo pensando en
cómo hacer para callar al loro... pero ves que no puedo anular el pensamiento,
ahora mismo estoy pensando que los animales traen enfermedades perniciosas para
un hipotético embarazo. Ay dios! esta máquina que no para de pensar, que los
gatos pueden contagiar toxoplasmosis y esto es muy peligroso, y que seguramente
los loros también, no sé que cosa, algo que termina en osis.
Agotando estrategias para controlar la mente, o al menos
distraerla, adopté un verdadero abordaje interdisciplinario. Pasé por: gimnasia
modeladora, localizada, aeróbic, acuática, tenis, natación, caminatas.
Esto fue lo que menos me resultó, porque todo el tiempo estaba pensando que si
quedaba embarazada y hacía movimientos abruptos, podía ser muy peligroso.
Llego a la conclusión de que los pensamientos no pueden ser
anulados por propia voluntad, sino que debe recurrirse a la ayuda de un tercero
que, por ejemplo, en el momento oportuno nos dé un buen susto o un simple
garrotazo.
Yo no fui nunca de esas mujeres que a los veinte soñaban con
hijos, la verdad que no. Por el contrario,
fui de esas que sí, pero bajo
ciertas condiciones, en otras tales circunstancias. Primero buscaba el desarrollo profesional; la
pregunta existencial; que si casarme que si no casarme; en fin, tanto pensar
pavadas me agarraron dos décadas más dando vueltas.
Al final creo que tienen razón: lo mío debe ser psicológico.
Pedí turno con el psicoanalista.
Muy bueno! Pensaste solamente en ser feliz? Proba... igual a mi no me dio resultado :(
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