lunes, 27 de febrero de 2012

En el diván

El psicoanalista me preguntó:
- ¿Cuándo decidió no tener hijos?
- ¿Que yo decidí no tener hijos? Qué sé yo... si lo hubiese sabido, habría economizado, en el sentido más literal de la palabra.
Me descolocó con este mazazo. Mi psicoanalista es así, maneja magistralmente el arte de la descolocación.
¿Cómo llegó a esta interpretación? ¿Será que soy una post moderna? ¿Una mujer que trasciende su ser a través de la exploración de la conciencia o de la inconsciencia? 
Ante semejante intervención no pude menos que poner una cara a la altura de las circunstancias porque -siempre siguiendo a Freud- si podía volver a ese momento, sería capaz de  desarmar el síntoma, y entonces sentí mucha culpa. ¿Por qué mi retorcida cabeza me había flagelado durante tanto tiempo?
¿No era más fácil decir que no quería?
En primer lugar pongo en duda la interpretación, pero se me arma lío, porque si ésta es correcta soy una mujer liberada del peso de querer y no poder; simplemente podría decir: yo lo decidí. Con gran creatividad esbozo una teoría y traigo a colación el problema de la natalidad en Europa. Me  quedo tranquila porque si en el primer mundo toman estas decisiones, acá en el culo del mundo vamos a seguir esta tendencia. Por acomplejados nomás.
Asunto resuelto, la interpretación dio en el clavo.
Sigo elaborando el material trabajado en la sesión y descubro que se me abren dos caminos altamente satisfactorios: por un lado saber que cumplo mi deseo de no querer ser madre; y por otro, en el caso de que ahora sí quiera tener hijos, no habrá dificultades porque ya fue interpretado correctamente el inconsciente, llegando así al nudo de la cosa. De ahora en más sólo resta obturar en mi mente la idea de un embarazo. El tan mentado no pensar.
Fueron días de sesiones felices. La interpretación caló en el Inconsciente con toda la perorata de la falta, el falo, la castración, la histeria y la mar en coche; entonces como ya fue interpretado y se hizo consciente lo inconsciente, el día menos pensado la vida me sorprendería.
Siguieron días de sesiones escépticas. Con interpretación y todo no pasa nada.
Esto no va.
El analista sigue en su mundo laberínticamente lacaniano e interpreta mi desolación como una etapa de Resistencia Negativa. Al estilo de los médicos que mandan pacientes impacientes a terapia, el psicoanalista me mandó a un médico.
Pongo bajo sospecha su interpretación: si él estuviese tan seguro, ¿me mandaría al médico? ¿Será que él no confía en él?
Retrocedo a un estado psi previo a la interpretación y entro en un trance casi melancólico: vuelvo a ser mi propia víctima, ya quedaron atrás aquellos aires liberadores de mujer que decide su propio destino.
Otra vez en el agujero negro. ¿Quiero y no quiero? ¿Puedo o no puedo?
Entro en pánico y todas las mujeres embarazadas de esta ciudad se complotan para caminar por la misma cuadra que yo, entonces lloro para mí y a veces envidio. Me siento culpable por sucumbir de a ratos a un pecado capital. 
La cabeza es un revoltijo.
Esto sigue sin ir.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, Cecilia. Sin dudas que estamos frente al testimonio de una persona muy valiente. Tengo curiosidad por saber cómo sigue la historia.

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    1. Gracias Ceci... tu recorrido enriquece, y mucho! Y confirma, que aprendemos unos de otros, caminamos A LA PAR, acompañándonos aunque las huellas que dejamos no sean las mismas. Patri

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