martes, 13 de marzo de 2012

El cura sanador

Continuaron días de cuestionamientos profundos. Me quiero divorciar porque no quiero que Él se vea impedido de descendencia por mi culpa bla bla bla bla. Al rato me quiero hacer misionera o algo parecido en el África, y así ayudar a otros y darle un gran sentido humanitario a mi vida. ¿En qué podría ayudarlos? Quiero irme a vivir a otro país. ¿A qué? Quiero dedicarme a una vida de meditación. ¿ Eeeeh? Y así desde hace mucho tiempo, día por medio: quiero.
Me doy cuenta de que me distraigo de mi misma. Todos nos distraemos con algo, tenemos fantasías que no importa si se cumplen, pero son una compañía, y las llevamos puestas con la ilusión del porvenir, así pasamos lo antes posible el próximo minuto cuando creemos que no lo vamos a soportar.
Y llegaron los días de la Fe. En esta peregrinación hacia el embarazo me han regalado estampitas de la Virgen María, de la Desatanudos, de San Ramón, de San Expedito, acompañadas de fanáticas explicaciones sobre sus poderes milagrosos.
Me avisaron que los milagros son el fruto de la Fe. Pero me pasa lo mismo que con lo del pensar: pienso que no pienso; y en este caso tengo Fe de que voy a tener la Fe que nunca tuve. Además el Señor actúa de formas misteriosas, y encima se maneja con los tiempos de la eternidad; semejante verdad revelada por las escrituras, combinada con mi ansiedad, siempre terminó con estampitas en el fondo de un cajón en cada crisis mística.  
No faltaron momentos de ruego y plegaria. He rezado en casa, de mañana, de noche. He orado en catedrales, iglesias de barrio; he hecho promesas ante vírgenes y santos; todo con rotundos fracasos.
Él dice que no vale cómo lo hago, que rezo sólo por interés. Me hace notar que rezo sólo en días muy puntuales, que las promesas implican un sacrificio moderado y si aceptamos que el Señor todo lo ve, difícilmente pueda hacer la vista tan gorda como para favorecerme con algún milagro. Y clausurando esta argumentación casi herética, me recuerda que en mejor situación deben estar los que practican más seguido. No se por qué a mi no me funciona, si al final  sospecho que todo el mundo reza por interés.
Lo que me parece que pasa es que nada está en el momento oportuno. Por ejemplo, si necesitás un milagro, seguro que te dan una patada en el culo; si querés un hijo te realizás profesionalmente;  y si tenés el hijo, te pasás la vida pensando por qué dejaste de ser bailarina para criarlo.
Y así es todo, creer o reventar: toda la vida hinchando las pelotas con el Deseo.  
Retomando el hilo místico, los santos tenían razón en no escuchar mis peticiones porque no creía mucho en ellos. Yo también los traicioné apostando a nuevas opciones que no dependieran tanto del creyente, sino del que impartiera la Fe; así, un día me aventuré a la experiencia carismática.
No encontraba mi lugar en ningún lado, venía en baja con la otra iglesia, el psicoanálisis, el ginecólogo, el endocrinólogo y  las inseminaciones, pero de todas formas quería darle una oportunidad a la Fe.
Otra vez me esforcé, siempre así, siempre voluntad y seguir. Esta voluntad y el viejo dicho que el fin justifica los medios, me hicieron llegar hasta el sanador; me convencieron de asistir a un encuentro de Fe.
Embriagada con la ilusión de un milagroso pase mágico, una madrugada de invierno salimos con mi mamá y mis tías viejas.
Todo está muy bien aceitado: el carismático y sus seguidores, el del merchandaisin de las estampitas y el buscavidas que se compró una combi en cuotas y la paga con viajes a los curas sanadores, a las termas de Río Hondo, a los bailes de la zona y al bingo.
Durante las tres horas de viaje estuvo todo bien. A las ocho y media llegamos al lugar; al estacionar ya me había arrepentido, esas aglomeraciones donde hay que hacer cola para todo me ponen de mal humor, me fastidian. Además no había ni Templo ni sanador. ¿Cómo decirles? Era un club o una sociedad de fomento de un pueblo muy chiquito, lindo (de lo más lindo).
El carismático cayó cerca del mediodía. 
A media mañana, para acallar el murmullo creciente de los feligreses, un señor subió al escenario, tomó el micrófono y se presentó como de la comisión directiva, y ahí, de movida planteó un conflicto entre un adentro y un afuera.
Sucedía lo siguiente: los de adentro, es decir los de la comisión directiva, se erigían en los verdaderos artífices de llevar al sanador al pueblo, por lo tanto, como exclusivos patrocinantes de la movida, eran los únicos autorizados a vender imágenes, estampitas, gaseosas, bebidas, sánguches, vales sanitarios y cualquier otro servicio remunerado.
Los de afuera eran unos oportunistas que hacían su vil negocio montando en la vereda puestos ilegales, y encima una competencia desleal al tener precios más baratos. 
Quedamos de este modo persuadidas de las ventajas de comerciar con los de adentro.
El gentío se aglomeraba en un repentino y floreciente bufet-santería, con la loca idea de que Dios mira con buenos ojos la bondadosa pleitesía de quienes más compran.
Tratamos de ocupar un lugar cercano al escenario, para que el efecto sanador se  potenciara.
La llegada del cura fue un momento de mucho alboroto, unos lo querían tocar, otros lloraban, en un clima que podría definirse como de mucha algarabía.
El carismático resultó ser un excelente coordinador grupal. Conocía los piolines de los títeres. Lograba sumirnos en sugestivos silencios hasta enardecer gargantas al son de los cánticos.
También habíamos llevado un pilón de fotos de parientes y amigos, con el encargo de bendiciones ya que, según se comentaba, con las imágenes era suficiente para obtener sanación o simple suerte. Al compás de una banda que musicalizaba la ceremonia, nos pasamos cuatro horas barajando y elevando fotos para pedir por el que estaba enfermo, el que necesitaba trabajo, o las que buscábamos embarazos.
Había una docena de hombres apostados entre la gente y el escenario que, cumpliendo el rol de verdaderas colchonetas humanas, atajaban a los que se desvanecían tras recibir el poder de la imposición de manos del cura.
Por mi parte, canté como el resto (todavía no sé si se hacían como yo, o eran), hasta que al fin, llegó el momento de que el carismático me bendijera; hicimos la fila que ordenaba a los necesitados, pero cuando llegó mi turno, una nueva frustración: no me desmayé.
En realidad, yo no creía en toda esa ceremonia, en toda esa gente que, para mí, no eran más que personas desbordadas por el dolor y la desesperación, además de sugestionadas por el cura; sin embargo, debo reconocer que en el fondo de mi corazón tenía una tibia ilusión de que en verdad pudiera existir la magia. Yo también quería sugestionarme, pero sabía que no iba a poder.
Creo que un factor que me jugó en contra fue haber ido en compañía de mis tías ya mayores, estuve demasiado preocupada de que se quebraran al desmayarse y semejante cuadro impidió que me relajara lo suficiente, permanecí muy alerta.
Hubo de todo; algunos quedaron tirados ahí adelante; una chica entró en trance o tuvo un ataque de epilepsia no sé, muchos pasaban y le susurraban algo, otros le tocaban la cabeza, la verdad que me asusté bastante.
Un pasaje de la ceremonia estuvo dedicado a la ayuda para la fecundidad, era mi momento; de todos modos no me convenció la técnica grupal adoptada que consistía en un role playing. Me dio un poco de pudor, nos invitaban a pasar al frente y se convidaba a los hombres presentes a hacer de padres. Me resultó un poco fuerte y prefería quedarme ahí, espectadora.
En medio de todo este fragor místico, el cura intentó subir al escenario, no sé a qué, y el pobre tipo tropieza en la escalera y queda planchado. Qué paradoja, porque él que venía diciendo, desde hacía largas horas, que la fe cura y todo eso, lo primero que hicieron fue llamar a la ambulancia. Hicieron bien.
Ya cansada de estar todo el día gritando como una loca, lo único que quería era volver a mi casa.
Pese a que mi compromiso con el cura sanador no fue total, hasta mi próximo ciclo se abrían nuevas esperanzas; quién te dice que a lo mejor se producía el milagro. Pero no.
Esto tampoco fue.

1 comentario:

  1. jajaja no tiene desperdicio.....tu relato me encanta segui.... Carla de California...

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