martes, 17 de abril de 2012

La mirada del Otro

Hay preguntas que se hacen bajando el tono de voz, como secretos.
Voces susurradas.
La pregunta curiosa y la urgente justificación al tener que responder que no esperábamos nada (es una forma de decir que no esperábamos nada).
Me avergüenza cuando pienso mi respuesta avergonzada por no poder tener hijos; ahí es cuando al mejor estilo de una paradoja, se me presentaba una situación embarazosa: que embaraza e incomoda.
Qué ironía, me embarazaba la pregunta por mi no embarazo.
¿Cuál será la pregunta detrás de la universal pregunta acerca de los hijos?
¿Será para decir algo?
¿Será que no se sabe qué decir?
¿O será que es lo único que importa?
Alguien de determinada edad que no tiene hijos, es un raro; ya me di cuenta.
Mi respuesta es un vacío decepcionante para mi interlocutor que encarna en su pregunta la reproducción social y también de la especie, la perpetuidad de una familia, la recirculación de un apellido, la réplica narcisista de nosotros mismos, la ilusión de la inmortalidad.
Todo esto está en la memoria ancestral  y es con lo que nos enfrentamos las personas que no damos frutos; es como una vida anti natura y ahí nos las tenemos que ver sólo con nosotr@s  mism@s.
Parir sin parto.
Ser estéril en la reproducción biológica, que es una de las tantas cosas que soy, me posiciona en un lugar del diferente, ser marcada y mirada desde un lugar de falta (psicoanalítica) y de vacío filosófico en relación al sentido de la vida.
El sinsentido entonces que tiene mi vida, es sancionado con una clasificación inquisitoria que contiene sólo dos tipos de miradas, una tensa y otra condescendiente.
La tensión que sobrevuela el silencio cuando no se sabe qué decir.
Un día iba en un taxi y el taxista para evitar el silencio: 
T- ¿Tenés hijos?
Y-  No, no tengo (respuesta sin aclaración y silencio).
T-  Ah, (silencio) ………………… (silencio). Pero sos joven, ya vas a tener, ya van a venir (sobrentendiendo que hay un deseo de mi parte y de todos los mortales de tener hijos)
Y-  No puedo tener hijos.
T- (milésima de segundo de silencio tenso) Disculpame.
Y - No hay problema.
T-  (Silencio) Vos sabés que hay muchos tratamientos, yo conozco…
Y-  Ya sé; ya hice muchos tratamientos.
T-   Pero a lo mejor si probás de nuevo.
Y-   No voy a probar de nuevo.
T-   (Silencio … angustia del taxista). Disculpame, yo te largué esto ahora me siento mal.
Y-   No te hagas problema.
T-  Disculpame.
En esta situación (donde cancelé la conversación haciéndome cargo de la angustia del taxista), están claramente expuestas la tensión y la lástima como modo de interactuar con el siguiente enunciado universal: sos mortal, todos los mortales tienen hijos, vos vas a tener hijos.
Es así. No hay reflexión acerca de esto; si no los tenés genera tensión y lástima.
A pesar de los esfuerzos que sé que hacen, jamás hay una mirada natural y liviana; siempre es fingida y sobreactuada, que me ubica en un tópico de marginalidad en relación al imaginario social, a la mirada penetrante del Otro.
Ese Otro que en el espejo me juzga y hace que yo me juzgue.
Equiparo la esterilidad con la menopausia, igualadas por hacer de una mujer, una mujer desechable en el sentido más terrible de esta palabra, una mujer que no es o que dejó de ser fértil. ¿Acaso es/soy una mujer que no sirve?  
Significantes que forman parte del repertorio de insultos hacia las mujeres: frígida, neurótica, histérica (de útero),  menopáusica, estéril.
A pesar del lenguaje, de que somos sujetos del lenguaje, del mundo simbólico y todo el paradigma psicoanalítico, estamos condenados por el mundo biológico, que  escapa y queda por fuera de la posibilidad de simbolización.
Cada día estoy más convencida de que nacemos y morimos sólo por una ley biológica que es nacer, reproducirse y morir, que más allá de que alguien decida no tener hijos, siempre es una decisión, una reflexión acerca de no tenerlos, como si se buscaran justificaciones para salirse en todo caso de esa ley.
Siento que soy una mujer que envejeció de golpe manteniendo una rara relación con el tiempo, como si de un tirón pasé de una etapa evolutiva a otra siguiente; pero esa otra siguiente era un cuarto de siglo después y me acercó mucho más a la idea de la finitud de la vida.
Quedé encerrada en un gran paréntesis dando vueltas sobre mí misma; como una idea de extremos, adolescente eterna y envejecida joven.
Con estas dos ideas tan polarizadas convivo.
Tendría que estar ocupándome de otras cosas y sólo reflexiono sobre mí misma.
Intento responder desvergonzada cuando me preguntan si tengo hijos que no, sin la inmediata necesidad de explicar por qué.
¿Por qué no? porque sí.
Porque así fue.

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